El caso del bebé británico que sobrevivió después de ser desconectado de la respiración asistida por orden de la Corte británica y que ha fallecido este sábado 28 de abril, trae al debate unas preguntas sobre quién decide cuándo una persona debe dejar de vivir o cuál es la autoridad de los padres sobre sus hijos.
1. El caso del niño Alfie Evans. Thomas y Kate Evans, los papás del pequeño de 23 meses, abrieron una web para explicar la situación médica de Alfie, que es una enfermedad degenerativa neurológica aún desconocida. Ahí también dieron a conocer la situación del pequeño, tanto en el Hospital Alder Hey (Liverpool) como ante la corte inglesa.
Los médicos declaraban que ya no había que hacer ningún tratamiento, sino dejar morir al niño, argumentando que, al tener daños cerebrales, su calidad de vida sería pequeña. El pasado lunes 23, la corte aprobó que los médicos le retiraran la respiración asistida, así como la hidratación y alimentación por sonda. ¡Pero el pequeño consiguió respirar por medios propios! Además, sus padres presentaron estudios de que Alfie no sufría dolores, o sea, que el pequeño no estaba padeciendo.
2. El papel de la justicia británica. La opinión pública internacional apoyaba que Alfie siguiera con vida. El Papa Francisco recibió al papá, Thomas Evans, y le dio todo su apoyo. El Pontífice le pidió al hospital infantil del Vaticano que hiciera lo posible y lo imposible por el pequeño.
Además, el Papa consiguió que el Estado italiano le diera a Alfie la nacionalidad italiana, para que no hubiera problemas legales para ser trasladado, y el Ministerio de Defensa de ese país puso a disposición un avión ya listo para recoger al pequeño en cualquier momento. Pero la Corte de Apelaciones de Londres rechazó la petición de que el niño fuera llevado a Roma.
3. ¿Quién decide quién tiene derecho a vivir? Esta es la gran pregunta que surge al presenciar este duro caso en que el enfermito se aferró a la vida, pero los médicos y los jueces se empeñaron en que lo mejor para él era morir. Finalmente el niño ha fallecido.
Ningún Estado debe decidir cuándo uno de sus ciudadanos puede vivir y cuándo no. Esto es un atropello a la dignidad humana. Y tampoco un Estado puede negar el derecho de ningún ciudadano a cambiar de hospital o de buscar su curación en otro país.
La periodista María Laura Avignolo reporta que en otros casos similares, no es inusual que las cortes de Gran Bretaña tomen la resolución de dejar morir al paciente, porque ahí “desconectan a las personas tras accidentes de automóviles o porque se encuentran en coma ante los costos que su tratamiento significa para el NHS, el servicio de salud británico”. Añade Avignolo que las autoridades sanitarias “también deciden no hacer tratamientos costosos con ese mismo criterio (económico)”.
4. ¿Quién tiene la autoridad sobre los hijos? El caso de Alfie Evans ha levantado polémica en Gran Bretaña sobre quién tiene el poder de tomar una decisión sobre los hijos, porque con esta sentencia, los papás de Alfie perdieron toda autoridad sobre su pequeño.
En cambio, los médicos del hospital Alder Hey son quienes decidieron qué era lo mejor para el pequeño; los jueces ratificaron y sentenciaron al pequeño. En un comunicado, el hospital expresaba que “la prioridad principal es que Alfie reciba el tratamiento que merece para asegurar su confort, su dignidad y privacidad”. Es decir, para los médicos “el confort y la dignidad” no consiste en darle cuidados paliativos a cualquier ser humano como Alfie sino en dejarlo morir, en contra de la opinión de los padres del niño.
Epílogo. La “calidad de vida” es un concepto equívoco, porque las carencias de salud no pueden ser el criterio para eliminar la vida humana. Basados en esa noción de calidad de vida, los médicos y jueces del caso de Alfie, acaban de repetir lo que hicieron los nazis, cuando eliminaron a muchas personas minusválidas bajo el “parámetro” de que eran de raza inferior.
La vida humana y la dignidad de la persona son los criterios reales que hay que retomar, para evitar tragedias como la de Alfie o la de Charlie Gard, el otro pequeño al que la justicia británica le prohibió seguir viviendo.