Cristo nos dijo que Él es Camino, Verdad y Vida. Cristo es Verdad completa que nos da sentido completo. La Iglesia tiene una misión que parte de Cristo: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado" (Mc 16, 15).
Cuando la santa misa termina, el sacerdote tradicionalmente nos decía: "Ite, missa est", es decir: "salid, esta es la misión". ¿Qué hacemos nosotros? Simplemente salimos de misa y todo sigue igual. No entendemos que la eucaristía nos debería haber llenado de Cristo para difundirlo en nuestra vida.
Se suele decir que la Iglesia es, al mismo tiempo, santa y pecadora. Santa porque atiende a la llamada de Cristo y se reúne en torno a Él. Pecadora, porque la mayoría de nosotros llega al "Banquete de Bodas" sin estar convenientemente vestido. Es decir, somos cristianos culturales, incapaces de ver más allá de las formas y estéticas sociales que nos rodean. La Iglesia es santa porque su santidad proviene de Cristo a través los sacramentos. Sacramentos que la mantienen viva siguiendo las pisadas del Señor. La Iglesia es pecadora porque está compuesta de seres humanos llenos de imperfecciones, limitaciones y egoísmos. Seres humanos necesitados de conversión.
"Así pues, la Iglesia conoce dos vidas predicadas y encomendadas a ella por Voluntad divina, una de las cuales está en la fe, otra en la visión; una en el tiempo de la peregrinación, otra en la eternidad de la permanencia; una en la fatiga, otra en el descanso; una en camino, otra en la patria; una en el trabajo de la acción, otra en la paga de la contemplación; una se aleja del mal y hace el bien, otra no tiene mal alguno de que alejarse y tiene un gran bien de que disfrutar; lucha con el enemigo una, reina sin enemigo otra..." (San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan 124, 5).
Nuestra vista espiritual es corta. Tenemos una profunda miopía espiritual. Lo más que vemos con claridad es nuestro ombligo y frecuentemente, pasamos por alto que necesita una profunda limpieza. ¿Un ejemplo? A veces parece que el Reino de Dios sea de nuestra propiedad personal o del colectivo socio-religioso en el que nos incluimos. Decimos con prepotencia quién está incluido o excluido el Reino. Lo hacemos basándonos en estéticas y formas sociales. Valoramos las formas que nos resultan más cercanas y acordes a nuestro carisma y dones. Rechazamos las que no se ajustan a nuestras limitaciones y sesgos. Pero Cristo lo tiene muy claro: "el Reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de Él” (Mt 21, 43). ¡Dar frutos del Reino de Dios! Frutos que otras personas puedan tomar para entender y emprender el Camino que Cristo nos señala.