En el itinerario hacia la abolición global de la pena de muerte, el Papa Francisco ha dado un paso muy grande: ha sugerido que se modifiquen las ambigüedades del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena capital.
1. Una pesada herencia doctrinal. Aunque los últimos Pontífices han pedido constantemente a las naciones que sea abolida la pena de muerte, es un hecho histórico que durante siglos algunos papas han justificado la ejecución capital.
Esta doctrina pontificia se basaba en un principio moral: que el derecho a la “legítima defensa” permitiría eliminar a un “injusto agresor”. Y con el paso de los siglos está postura se incorporó como parte de la Doctrina oficial de la Iglesia, e incluso fue incluida en la primera edición del Catecismo de la Iglesia Católica (1992).
2. La lucha abolicionista de Juan Pablo II. El Papa polaco publicó la encíclica “Evangelium Vitae” en 1995, y dio un giro en este tema, al afirmar que los casos en los que se necesitara suprimir al agresor “son ya muy raros, si no es que prácticamente inexistentes” (n. 56).
Esto llevó una nueva formulación en la segunda versión del Catecismo, en 1998. Y, en la Exhortación “Ecclesia in América” (1999), Juan Pablo II escribió que una sociedad que emplea la pena de muerte “lleva la impronta de la cultura de la muerte y se opone al mensaje evangélico” (n. 63). (Cfr. La Croix, 4 ene. 2007)
3. Los argumentos de Francisco. El Papa argentino ha manifestado el rechazo total a la pena de muerte por ser una “ofensa a la inviolabilidad de la vida y a la dignidad de la persona humana que contradice el designio de Dios sobre el hombre y la sociedad y su justicia misericordiosa”.
En 2015, ante un grupo de juristas, el Pontífice refutó que las doctrinas del “injusto agresor” y la “legítima defensa” se pudieran aplicar a los presos. Afirmó que los presupuestos de la legítima defensa personal no son aplicables al medio social, sin riesgo de tergiversación, porque “cuando se aplica la pena de muerte, se mata a personas no por agresiones actuales, sino por daños cometidos en el pasado”.
Y añadió que tales casos, la pena capital “se aplica, además, a personas cuya capacidad de dañar no es actual, sino que ya ha sido neutralizada, y que se encuentran privadas de su libertad”. Por eso, dijo, “hoy en día la pena de muerte es inadmisible, por cuanto grave haya sido el delito del condenado”. (Discurso, 20 mar. 2015)
4. Una posible modificación al Catecismo. En un reciente encuentro sobre los 25 años del Catecismo, Francisco explicó algunas de sus claves de comprensión, como la necesidad de dar luces a cada época y leerlo siempre desde el amor que nos ha revelado Jesucristo.
El Papa mismo aplicó estos principios a la doctrina sobre la pena de muerte, y señaló que esa enseñanza no debe reducirse al “mero recuerdo de un principio histórico”, sino que tiene que tomar en cuenta “el progreso de la doctrina llevado a cabo por los últimos Pontífices” y la conciencia del pueblo cristiano que rechaza la ejecución capital.
Francisco reconoció que “en el Estado Pontificio se acudió a este medio extremo e inhumano, descuidando el primado de la misericordia sobre la justicia”. Y añadió: “asumimos la responsabilidad por el pasado, y reconocemos que estos medios fueron impuestos por una mentalidad más legalista que cristiana”.
El mensaje del Papa fue claro: dejar atrás aquella pasada visión favorable a la pena de muerte, porque hoy día “a nadie se le puede quitar la vida ni la posibilidad de una redención moral y existencial que redunde en favor de la comunidad”. (Discurso, 11 octubre 2017)
Epílogo. Francisco nos da una gran lección, la de admitir con humildad que, en ocasiones, los condicionamientos sociales de una época de la historia han prevalecido sobre la auténtica doctrina del Evangelio, como el caso de la pena de muerte. Francisco nos impulsa así a recuperar en profundidad el auténtico mensaje evangélico de amar y defender la vida desde su concepción hasta su fin natural.
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