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Una sola línea lo dice todo

21 de septiembre de 2023

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Señor, nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.

 

Ninguna frase, fuera de las Escrituras, me ha hablado con tanta intensidad, persistencia e impacto como esta frase de san Agustín. En esencia, es la historia de la vida de Agustín, y también la historia de la vida de cada uno de nosotros.

 

Cuando leo y estudio, a menudo me sorprende una frase poderosa de algún autor, que inmediatamente subrayo y copio. Tengo todo un cuaderno de citas de Shakespeare, Aristóteles, Platón, Aquino, Teilhard, Einstein, Albert Camus, Steve Hawkings, Doris Lessing, Milan Kundera, John Steinbeck, Karl Rahner, Juan de la Cruz, Ruth Burrows, James Hillman, Ana Frank e Ivan Illich, entre otros. Sin embargo, entre todos ellos destaca la inquietante frase de Agustín.

 

Afirma que existe una inquietud incurable dentro de cada uno de nosotros que nos mantiene perpetuamente anhelantes. Siempre he sentido esto con fuerza en mi propia vida y, cuando aún tenía veinte años, escribí un libro, El corazón inquieto, en el que intentaba articular una espiritualidad para los inquietos (y quizá sobre todo para mí mismo) basándome en esta frase de Agustín. A lo largo de los años, he buscado expresiones comparables y complementarias del famoso axioma de Agustín. He aquí algunas:

 

Karl Rahner, renombrado teólogo de finales del siglo XX, al escribir a un amigo que temía estar perdiéndose demasiadas cosas en la vida, le ofreció este consejo: En el tormento de la insuficiencia de todo lo alcanzable, aprendemos que en esta vida no hay una sinfonía acabada.

 

El autor bíblico Qohélet lo expresa así. Un pasaje familiar para la mayoría de nosotros ("hay una estación para cada cosa") nos describe el ritmo de la naturaleza tal como Dios la estableció. Nos dice que el tiempo y la naturaleza tienen un ritmo hermoso y que cada cosa tiene su tiempo y su lugar. Sin embargo, termina con esta sorprendente afirmación: Dios ha hecho que todo sea bello a su debido tiempo, pero Dios ha puesto la intemporalidad en el corazón humano de modo que estamos desincronizados con el tiempo y las estaciones desde el principio hasta el final. Nunca encajamos pacíficamente en el ritmo de las cosas porque algo dentro de nosotros está fuera del tiempo.

 

Y quién puede olvidar las inquietantes palabras de Ana Frank, que escribía siendo una adolescente encerrada en un ático, escondiéndose de los nazis, saltando de su piel con la inquietud de una adolescente y la ansiedad de una artista, compartiendo que simplemente nunca puede estar plenamente en el momento porque quisiera estar en todas partes al mismo tiempo. 

 

Doris Lessing, la novelista británica, afirma que dentro de cada uno de nosotros hay una energía poderosa e implacable ("1000 voltios") que nos mantiene perpetuamente anhelantes. Escribiendo desde fuera de una perspectiva religiosa, se pregunta: ¿para qué sirve esta energía? Su respuesta: "Para todo y para nada: creatividad, amor, sexo, justicia". El premio Nobel de literatura Albert Camus, que también escribía al margen de cualquier perspectiva religiosa, tenía una interesante forma de entender el espíritu humano. Comparaba el hecho de ser humano con ser un prisionero atrapado en una cárcel medieval. Las prisiones medievales estaban diseñadas para quebrar el espíritu del prisionero metiéndolo en una habitación demasiado pequeña para que pudiera ponerse de pie o estirarse completamente. El techo era demasiado bajo y la habitación demasiado estrecha. La intención era que esto acabara por quebrar el espíritu del prisionero. Para Camus, así es como nos experimentamos dentro de nuestra propia naturaleza. El mundo es demasiado pequeño para que podamos levantarnos o estirarnos, y eso desgasta nuestro espíritu.

 

Estas son algunas expresiones conmovedoras de esta enfermedad, pero hay expresiones de ella en todas partes. El hinduismo habla de una cierta "nostalgia del infinito" en nuestro interior; Platón habla de una "locura divina" en el centro del alma; Shakespeare habla de nuestros "anhelos inmortales"; Ruth Burrows abre su autobiografía confesando que nació con una complejidad patológica que ha hecho de su vida una lucha; James Hillman, en un libro brillante, El suicidio y el alma, sostiene que la mayoría de los suicidios se producen porque el alma no está siendo escuchada y, en consecuencia, mata al cuerpo; y Philip Roth habla de la ventisca de detalles que constituyen la confusión de la biografía humana.

 

La literatura, la filosofía, la poesía, el arte, la psicología, la biografía, la teología y la espiritualidad están repletas de expresiones de esta insaciabilidad interior del alma humana que, en última instancia, no puede alcanzar la paz plena con nada en este mundo. Pero así es como debe ser. Para Agustín, que escribió hace unos 1.700 años, esta inquietud, esta atemporalidad, esta nostalgia, esta locura divina, estos 1.000 voltios de energía que llevamos dentro, esta complejidad patológica y esta confusión de la biografía humana que nos mantiene perpetuamente inquietos, es, a fin de cuentas, nuestro mayor atributo; es el don que Dios nos hace de la inmortalidad y la divinidad como parte constitutiva de nuestra alma.

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