Fotógrafo: Stefan Kunze

Reparando, tras las rejas

Esteban Lee no estaba dispuesto a irse al infierno: "Mi confesión de asesinato me salvó la vida"

07 de octubre de 2016

"Mi mayor deseo es que mi testimonio sirva para ayudar al menos a un alma atribulada, como la persona que yo era antes de mi confesión"

Compartir en:



El Viernes Santo del año 2013 Esteban Lee Goff subió a su camioneta y comenzó a manejar sin rumbo fijo. Tenía mucho en que pensar. Durante tres días seguidos manejó acompañado solo de sus pensamientos, recorriendo una distancia de más de mil seiscientos kilómetros, desde su casa en el sur de Nueva Jersey (U.S.A.) hasta la ciudad de Detroit, en Michigan, y de regreso.

“Por el camino debo haber parado en unas doce iglesias católicas. Cuando a lo lejos veía los elevados campanarios y sus cruces que sobresalían del panorama me parecía que me invitaban a entrar y rezar. Yo era católico bautizado, pero había perdido la fe y me había alejado de Dios por muchos años. Sin embargo, desde hacía tiempo algo me venía pesando gravemente en la conciencia, y todo ese fin de semana recé pidiendo perdón y valor para concretar lo que ya había decidido debía de hacer”.
 
Así fue como el lunes después de la Pascua de Resurrección se armé de valor, entró en una comisaría de Nueva Jersey y se entregó confesando que era él quien había matado a “Ricky”, su amigo, 23 años atrás.
 
“En un arrebato de ira…”
 
Ese día lunes era 1° de abril, que en los Estados Unidos se llama April Fool’s Day, porque mucha gente hace bromas para hacer caer a los “inocentes crédulos”. Por eso, el joven oficial de policía que atendía en recepción, no creyó aquella confesión… «¿Le dijo mi sargento que me dijera eso?», preguntó con una sonrisa. «¿Hace 23 años? ¡Yo ni siquiera había nacido!», agregó el policía.
 
Pero no era ninguna broma. El 5 de mayo de 1990, a la edad de 18 años, Esteban había matado a su amigo Ricky. Tras robar algunas farmacias, consultorios médicos y veterinarios en busca de esteroides anabólicos, a los que Esteban era adicto, tuvieron una fuerte discusión… “Aquella noche me enceguecí de cólera porque se había descubierto que Ricky y yo habíamos estado cometiendo esos robos. En un arrebato de ira lo apuñalé en un bosque detrás de donde vivíamos. Un año y medio más tarde, un cazador encontró sus restos. La policía me interrogó, naturalmente, pero nunca encontraron pruebas suficientes para acusarme formalmente del crimen. Es decir, maté a un hombre y no me pillaron. Conmocionado, cambié de vida y nunca más volví a tener problemas con la ley. Me dediqué a trabajar y llevar una vida bastante buena, y hasta engendré un hijo…”
 
Pero a medida que pasaban los años, el peso moral en su conciencia se hizo insostenible para Esteban e incluso erradamente llegó a temer que Dios podría castigarle quitando la vida a su hijo… “Aunque yo pensaba incorrectamente que Dios era un juez iracundo e implacable, Él usó mi sentido de culpa y temor al castigo eterno para ayudarme a cambiar el curso de mi vida”, reflexiona Esteban.
 
El arrepentimiento y una señal de Dios
 

También influyó, recuerda, la muerte de su madre  casi un año antes de confesar el delito. “Ahora ella sabe que su hijo mató a otro ser humano,” pensó mientras era sepultada, potenciando su arrepentimiento y necesidad de reparar el mal cometido…

“Además, también comencé a pensar en la madre de Ricky. ¿Acaso no tenía ella el derecho de saber qué había pasado con la muerte de su hijo? La señora estaba ya envejeciendo y aunque yo no pudiera devolverles vivo a Ricky, al menos podría darle a su familia la satisfacción de ver que el asesino de su hijo era llevado a la justicia”.
 
Sin embargo aún dilataba la decisión que sabía era la correcta, aquella que le daría paz. Con esta tensión estaba el 13 de marzo de 2013 viendo las noticias algo ausente, cuando de forma inesperada escuchó el “Habemus Papam” y luego presenció los primeros gestos de Papa Francisco ante los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro tras ser electo. Una emoción espiritual indescriptible lo invadió. No pudo reprimir el impulso y sin saber el por qué  lo hacía, buscó una Biblia que abrió nada más tenerla en sus manos…

“Me pareció que las palabras de Jesús saltaban de la página. Leí su impresionante advertencia sobre la necesidad de reconocerlo públicamente y las consecuencias de negarlo (Mateo 10, 32-33). Luego, sus palabras de misericordia y aliento: la parábola de la oveja perdida y su afirmación de que “hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lucas 15, 7), y también “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se vuelvan a Dios” (5, 32). Jesús me estaba llamando. Había llegado la hora de reconocer y confesar el horrible pecado que yo había mantenido escondido y recibir el perdón de Dios para comenzar de nuevo”…
 
La reparación

Esteban Lee Groff se encuentra hoy cumpliendo condena en una prisión del estado de New Jersey (U.S.A.). Casualmente llegó a sus manos un ejemplar impreso de la revista católica “The Word Among Us” y decidió hacer público su testimonio…

¿Lamento yo mi confesión? ¡No!  Mi confesión de asesinato me salvó la vida, nunca me he sentido más libre que ahora. Esto parece una completa ironía, considerando que estoy escribiendo estas líneas tras las rejas. Cuando yo muera, tendré que presentarme ante Dios y rendirle cuentas del horrendo crimen de haber quitado una valiosa vida creada por él, y ese pensamiento me hace estremecerme. Con todo, he reconocido mi pecado en Confesión sacramental y estoy haciendo penitencia. Sé que Dios me ha perdonado y tengo fe en la misericordia de mi divino Redentor. Mientras tanto, hago todo lo que puedo para cultivar mi fe… En el penal tenemos la Misa semanal y hay oportunidad de confesarse...


Lo único que quiero hacer hoy es dedicar el resto de mi vida a propagar la buena noticia de Jesucristo, mi Señor. Hacer esto aquí en la cárcel, donde hay tanta gente que lucha con sus propios demonios interiores, es una misión abrumadora; pero la mayoría de los presos se dan cuenta de que yo estoy en paz… Así pues, esta es mi historia. Ahora le pido al Señor que la use para darte esperanza a ti o a alguien a quien tú conozcas. Mi mayor deseo es que mi testimonio sirva para ayudar al menos a un alma atribulada, como la persona que yo era antes de mi confesión”.

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda