El trascendente origen y la rica simbología espiritual del hábito que visten los franciscanos

02 de septiembre de 2023

"Francisco… lleno del Espíritu del Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica»”.

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El hábito que hoy visten los franciscanos hunde sus raíces en la experiencia de Dios que vivió el joven oriundo de Asís Giovanni di Pietro Bernardone, en la primavera de 1205. Tenía apenas 23 años cuando -sumido en contemplación de una imagen románica de Cristo crucificado-, Jesús le habló: «Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha una ruina».

 

Nacía allí el testigo del amor de Dios, a quienes todos verían como a un querido hermano y al que llamarían Francesco d´Assisi - Francisco de Asís. Ya no era el joven rico, ataviado de bellas y finas vestiduras, sino que su propia túnica era signo de las prioridades que encendían su alma. Como ha dicho el Papa Francisco en carta al obispo de Asís del año 2017… "Renunciando a todos los bienes mundanos se desvinculaba del hechizo del dios-dinero".

 

Origen del Hábito

 

 

Tomás de Celano, el primer biógrafo del "Pobrecito de Asís", nos cuenta en la Obra "Vida Primera de San Francisco" cómo el santo, después de su conversión y tras la renuncia a todas sus posesiones paternas (con su famoso expolio ante el obispo), "vestía un hábito como de ermitaño, sujeto con una correa; llevaba un bastón en la mano, y los pies calzados".

 

"Pero cierto día se leía en esta iglesia el evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a predicar; presente allí el santo de Dios, no comprendió perfectamente las palabras evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente al sacerdote que le explicase el evangelio. Como el sacerdote le fuese explicando todo ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia, al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica»".

 

"Rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo Padre a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite dilación alguna en comenzar a cumplir con devoción lo que ha oído. Al punto desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica en forma de cruz para expulsar todas las ilusiones diabólicas; se la prepara muy áspera, para crucificar la carne con sus vicios y pecados; se la prepara, en fin, pobrísima y burda, tal que el mundo nunca pueda ambicionarla".

 

Francisco quiere vivir al pie de la letra los dictados del Evangelio; en todo desea ser y presentarse como un hombre pobre, despojándose de cualquier signo, por pequeño que sea, de poder y fuerza, tal como entiende que lo pide Jesús.

 

La adición de la cuerda y sus nudos

 

 

Francisco abandona también el cinturón de cuero, que era el soporte normal de la bolsa del dinero para burgueses, comerciantes y caballeros, sustituyéndolo por una humilde cuerda… ¡como los que nada tienen!

 

A partir de ese día, el modo de presentarse y vestir de san Francisco y sus hermanos queda definido para siempre. Los cronistas antiguos informan que los Hermanos Menores vestían un hábito (sotana y capucha) ceñido a la cintura por una cuerda. Precisamente por eso, durante siglos (hasta la Revolución Francesa), a los franciscanos franceses también se les llamó "les Cordelliers". Si al principio es simplemente una "cuerda anudada" sin un número preciso de nudos, pronto éstos se reducen a un número fijo de Tres, para simbolizar también visualmente los votos de pobreza, castidad y obediencia que los frailes prometen observar toda su vida:

 

Pobreza, porque el Señor es la única Riqueza verdadera.

Castidad, porque Él es el único gran Amor que llena el corazón y la existencia.

Obediencia, porque sólo a Su Voluntad tiende y se inspira el fraile franciscano.

 

Servir al prójimo, igual al prójimo

 

 

En la Basílica de San Francisco (Asís, Italia) se conserva el hábito que con sus propias manos diseñó, confeccionó y remendó en numerosas ocasiones el querido santo. Vestimenta que representa externamente una opción de vida, el seguimiento de Cristo.

 

Para crear este hábito se inspiró en una prenda bien conocida desde la época romana y utilizada por los campesinos; una especie de bata muy esencial ceñida a las caderas por un cinturón o una cuerda áspera: era el "sagum" ("saco" o "hábito"). Una elección espiritual con la que quiere sentirse en plena intimidad y conformidad con Jesús; pero también una elección que le sitúa hermano de los muchos pobres de su tiempo que más o menos vestían así: un tosco sayal con capucha contra la lluvia y una cuerda a la cadera.

 

Al respecto, así define la Regla que el santo estableció para la Orden: "Y los que ya prometieron obediencia, tengan una túnica con capucha, y otra sin capilla los que quieran tenerla. Y quienes se ven obligados por la necesidad, puedan llevar calzado. Y todos los hermanos vístanse de ropas viles, y puedan reforzarlas de sayal y otros retazos con la bendición de Dios".

 

De un color derivaron muchos colores para el hábito

 

 

Cuando en 1209 el hermano Francisco y un pequeño grupo de frailes peregrinaron a Roma donde fueron recibidos por el Papa Inocencio III quien aprobó su modo de vida, no imaginaba que esta primigenia comunidad, su Orden de Hermanos Menores, se extendería por todos los continentes en diversas familias -órdenes religiosas- de mujeres y hombres.

 

Asimismo, diversos son los colores del hábito que hoy visten las mujeres y los hombres inspirados por el carisma de San Francisco de Asís. A lo largo de los siglos, las familias de la primera Orden -la de los "frailes menores"- han adoptado los colores ceniza y marrón (este último con muchos matices: claro, oscuro, castaño, rojizo...), pero también el negro.

 

Hay congregaciones masculinas y femeninas, de reciente fundación, que incluso visten de azul, porque la antigua inspiración franciscana se unió y fusionó con la mariana. Por cierto, el color siempre tuvo una carga simbólica ligada al recuerdo de la identidad espiritual del grupo que había optado por él. Pero, ¿qué pensaba el propio Francisco del color del hábito?

 

En la Regla no se prescribe ningún color para el hábito de los seguidores penitentes, invitándoles únicamente a "llevar vestiduras humildes", a "vestir el hábito de los pobres". Un biógrafo recuerda el elogio que el santo de Asís hizo de la alondra: "Su plumaje es de color tierra. Da ejemplo a los religiosos de que no deben vestir ropas finas y elegantes, sino de un tono apagado, como la tierra".

 

Sin embargo, puesto que la lana cruda (sin teñir) se tejía para hacer la sotana, de la manera más simple y pobre, el color apareció al principio como un gris ceniciento, con varias tonalidades, a veces más claras, a veces más oscuras (dependiendo de la lana disponible). Pero de ese color original del hábito franciscano, que inicialmente era gris para todos los frailes, fue cambiando gradualmente, adquiriendo diferentes tonalidades, distinguiendo así también las diferentes pertenencias a las familias franciscanas.

 

Algunos significados espirituales del hábito

 

 

  • El hábito es ante todo un signo de consagración. Cada vez que el hermano o hermana se lo pone, le recuerda que ya no se pertenece a sí mismo, sino a Jesucristo; y con su forma de cruz (la Taud), el hábito le vuelve a proponer el seguimiento de Cristo crucificado. De este modo, el hábito es un signo tangible y visible también para los demás.
  • El hábito es signo de fraternidad y pertenencia a la familia franciscana, expresando en su uniformidad la igualdad fraterna, el espíritu de amor, la comprensión y unidad que son invitados a testimoniar todos quienes lo visten.
  • El hábito es, por tanto, un fuerte signo de abrazar la pobreza, el desprendimiento, la renuncia a sí mismo, para llevar con Cristo la cruz. El franciscano, por tanto, da siempre testimonio, incluso en su vestimenta, de esa sobriedad y esencialidad que remiten a una confianza incondicional en la Providencia a la que nada le falta para sus criaturas... "Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna»” (Mc 10,29-30)

 

 

Fuentes:   Hermano Alberto Tortelli de los Hermanos Franciscanos Conventuales; Portal San Francesco Patrono d’Italia;  Vida de San Francisco; Vatican.va

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