10 mitos sobre las sectas que debes superar para evitar que tú o quienes amas sean sus víctimas

22 de abril de 2023

Un fenómeno actual y preocupante sobre el que deben estar informados (y formados) las familias, los educadores, profesionales de la salud mental, líderes espirituales de las iglesias y los poderes públicos.

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Se habla mucho sobre las sectas en los medios de comunicación, en particular cuando algunos sucesos las ponen en primera plana de la actualidad durante un tiempo, para luego pasar al olvido. En ocasiones el tratamiento del tema es sensacionalista o, al menos, superficial. Por otro lado, los estudios académicos tienden a rechazar hablar de sectas, alegando que se trata de un concepto peyorativo que estigmatiza a quienes viven y piensan de forma diferente.

 

Es un asunto ciertamente complejo y delicado. En él confluyen muchos factores –la sociología y la psicología, la religión y las creencias, el derecho y la legalidad, más un largo etcétera– y, con frecuencia, hay malentendidos, prejuicios e ideas falsas que conviene desterrar. Aquí hemos seleccionado diez de estos “mitos”, para ayudar a tener una visión más ajustada a la realidad, de manera que sirvan para la información y la prevención de los lectores. Así, las propias sectas no podrán aprovecharse de la ignorancia social.

 

Primer mito: las sectas son cosa del pasado

 

 

Muchos creen que el tiempo de las sectas ya pasó. Sería algo de los años 70 y 80, cuando se difundieron con gran éxito en tantos países, llegando a su punto álgido en los años 90. Fue entonces, cuando el mundo asistió horrorizado a un goteo de masacres y suicidios colectivos protagonizados por víctimas de líderes sectarios (en estos días, por ejemplo, se han cumplido 30 años de la masacre de los Davidianos de Waco, en Texas). Para mayor dificultad, no son pocos los académicos que evitan decir “secta” y prefieren hablar de “nuevas religiones” o “nuevos movimientos religiosos”; de esta forma las normalizan y desperfilan su acción nociva.

 

Sin embargo, la realidad nos habla de la existencia del fenómeno sectario. En algunos países se calcula que en torno al 1 % de la población pertenece a sectas, y las diversas crisis que ha ido atravesando nuestro mundo en los últimos años ha motivado –junto a otros factores sociales, culturales y personales– el nacimiento de nuevos grupos y una gran difusión de estos, logrando permear amplias capas de la sociedad.

 

Las sectas siguen existiendo, y los múltiples daños, el sufrimiento, que causan a sus adeptos como a las familias de estos, debería avergonzar a quienes niegan esta realidad.

 

Segundo mito: las sectas son grupos religiosos

 

 

En algunos lugares se sigue hablando de “sectas religiosas” y es cierto que hay sectas las cuales podemos adscribir a esta denominación. Muchas proceden de las grandes tradiciones espirituales de la humanidad (del hinduismo y del budismo, del cristianismo…), adoptando una estructura, unas doctrinas y unas prácticas rituales que nos hacen clasificarlas dentro del mundo religioso. De hecho, la propia palabra “secta” tiene su origen en los grupos religiosos que se desgajaban de otro mayor.

 

Sin embargo, pensar que todas las sectas son religiosas hace que muchas pasen desapercibidas a ojos de la gente. Las sectas que hoy florecen no tienen contenido ni apariencia religiosa, sino, como mucho, “espirituales” en un sentido amplio y difuso. En efecto, logran seducir adeptos moviéndose en campos como la autoayuda y el crecimiento personal, la búsqueda de bienestar y las terapias. Incluso en el ámbito del coaching para los negocios y el enriquecimiento económico. Por eso, mucho cuidado al confiar ingenuamente en lo que “no parece secta” … porque estos grupos son muy hábiles practicando el mimetismo.

 

Tercer mito: las sectas sólo atraen a gente débil o con problemas

 

 

Por desgracia, muchos piensan que quienes son víctimas de las sectas son débiles, con pocos recursos afectivos, escasa formación, que forman parte de una familia con problemas, que padecen taras psicológicas o defectos de algún tipo. Esto no sólo acrecienta la estigmatización de estas personas y su revictimización una vez que han salido del grupo que las ha sometido, sino que en nada se asemeja a la realidad de esas víctimas.

 

Porque las sectas atraen a todo tipo de personas. Y sí, también son capaces de captar a ciudadanos con formación (véase el mito siguiente), con madurez psicológica y afectiva, con experiencia de la vida, con una familia feliz… En primer lugar, porque saben aprovecharse de esos momentos vulnerables en la vida de un sujeto –que todos los tenemos alguna vez– y desplegar allí sus estrategias de persuasión coercitiva o abuso psicológico. En segundo lugar, porque privilegian seducir a personas con capacidad intelectual, dotes de liderazgo, generosidad y capacidad de entrega, ganas de cambiar el mundo… Serán los adeptos ideales, pues pondrán todas sus virtudes y talentos al servicio de los delirios del gurú.

 

Cuarto mito: si tengo formación, soy inmune a las sectas

 

 

Abundando en lo anterior, muchos se extrañan de que las sectas sigan engañando a millones de personas en todo el planeta, justo ahora, cuando hemos alcanzado cotas muy altas de progreso científico y tecnológico; cuando Internet -o la quimera que ofrece la Inteligencia artificial- permiten tal acceso a la información que facilita herramientas para la alfabetización y acceso a la cultura. No es posible –piensan– que alguien caiga en las trampas del pensamiento mágico, del fanatismo grupal y de la irracionalidad.

 

Sin embargo, la formación intelectual no lo es todo en esta vida, ni es una vacuna plena contra la ignorancia. Puedes estar muy bien formado y ser captado por una secta. Porque sus líderes no llegan a la persona por la vía de la razón, sino con preferencia de lo emocional y también de lo espiritual. Las sectas apuntan directamente al corazón del ser humano; ese corazón que, saciado de conocimiento, necesita sentirse reconocido, querido, y ansía encontrar el sentido de la vida, la esperanza ante el futuro, la seguridad ante un mundo incierto. No pocas veces la necesidad de calor humano y de trascendencia nos hacen vulnerables a las sectas.

 

Quinto mito: la gente entra en las sectas (y sale de ellas) libremente

 

 

¡Cuánta gente piensa esto! Y cuántas familias salen cabizbajas de las comisarías de policía o de los tribunales cuando -tras pedirles ayuda por la captación y manipulación de uno de sus miembros a manos de una secta-, los agentes de la autoridad les dicen: su familiar es mayor de edad y está en ese grupo porque quiere… no podemos hacer nada. ¡Cuántos opinadores, tertulianos y líderes de opinión aseguran –en estos tiempos de relativismo y pensamiento líquido– que quienes permanecen en las sectas lo hacen ejerciendo su libertad, y pueden irse cuando quieran!

 

Sin embargo, esto es seguir el juego de las sectas, cediendo a las presiones ideológicas y campañas de limpieza de imagen por parte de los lobbies que ya tienen. Porque es cierto que las personas han entrado aparentemente libres en esos grupos. Pero lo han hecho engañados, fascinados por un escaparate atractivo y desconocedores, a la vez, de la realidad que se encontraba agazapada en la trastienda. Luego, una vez dentro, las estrategias de manipulación y retención de las propias sectas dificultan la libertad de decisión y la capacidad de plantearse la salida.

 

Sexto mito: las sectas son fácilmente identificables

 

 

Como ya hemos visto, no todas las sectas son religiosas, ni hacen rituales, ni tienen un mensaje de tipo espiritual. Hoy muchos grupos sectarios aparecen ante nosotros como asociaciones culturales, academias formativas, entidades en torno al tiempo libre, grupos de teatro, colectivos profesionales, equipos de investigación universitaria, grupos para trabar amistad o encontrar pareja, y hasta establecimientos de venta de productos de cualquier tipo. Otros, obviamente, se presentan como religiones.

 

Ninguna secta se presenta diciendo a sus neófitos potenciales: “hola, somos una secta”. Por eso, lo importante no es fijarse en las apariencias –aunque éstas puedan ayudar, una vez que uno se ha acostumbrado al discurso de estos grupos–, sino en sus técnicas de captación, conversión y adoctrinamiento. Conocer testimonios de exadeptos, leer algún libro que explique estos temas, darse tiempo para leer testimonios de víctimas en Portaluz o ver algún buen documental audiovisual que las denuncia puede servir como medio de formación para detectar cuando se nos acerque una secta (o nos acerquemos nosotros a ella sin saberlo).

 

Séptimo mito: las sectas buscan dinero y sexo

 

 

Ésta es una trampa muy habitual: resulta que he conocido a un grupo de personas maravillosas que dicen cosas muy interesantes y me dan todo el cariño del mundo. Algo me hace sospechar que podría ser una secta, pero… ¡no me han pedido dinero! Entonces, concluyo que no es una secta. Otro tanto podríamos decir del sexo. Y es que algunos enfoques del fenómeno sectario por parte de los medios de comunicación han puesto el acento –por aquello del morbo– en las cuestiones económicas y sexuales. Algo que siempre vende.

 

Sin embargo, sacar el dinero no es lo primero. A veces tiene que pasar más tiempo, hasta que uno no se dé cuenta del desembolso económico. O la entrega es “en especie”, de tiempo y trabajo. Pero lo más común es que tanto el dinero como el sexo no sean los fines propios de las sectas, sino, en muchas ocasiones –sobre todo el dinero–, medios necesarios para conseguir los verdaderos fines de las sectas. ¿Y cuáles son éstos? El poder, el control, la manipulación de un líder sobre unos adeptos… quizás para cumplir sus designios megalomaníacos, sus delirios místicos, su propósito de salvar a la humanidad o cualquiera que sea. Esto nos lleva directamente al mito siguiente.

 

Octavo mito: los líderes sectarios son simples farsantes y delincuentes

 

 

Volviendo a lo anterior: muchos piensan que los gurús son unos aprovechados (o aprovechadas, porque también es común pensar que sólo son varones, cuando hay líderes mujeres), que sólo piensan en dejar sin un céntimo a sus seguidores, aprovecharse de ellos sexualmente, defraudar al fisco y ampliar su imperio financiero, inmobiliario y en ocasiones hasta político. Criminales de guante blanco, actores que interpretan perfectamente su papel de maestros espirituales o grandes místicos…

 

Sin embargo, junto a líderes que son verdaderos farsantes, encontramos muchos otros que están realmente convencidos de lo que dicen y hacen. Por eso resultan tan convincentes y peligrosos. Los adeptos, cuando los miran a los ojos, ven a alguien que no está engañando –desde su propio punto de vista, claro–, y se dejan arrastrar por su delirio. Porque esa es la explicación en muchos casos: nos encontramos ante sujetos con rasgos de personalidad paranoide o narcisista, es decir, con gurús que arrastran patologías mentales. Y hasta pueden ser lo que conocemos como psicópatas, con gran capacidad destructiva a su alrededor.

 

Noveno mito: las religiones critican a las sectas porque son su competencia

 

 

Cuando un líder religioso se refiere al fenómeno sectario con un tono crítico, enseguida surgen voces “defensoras de las libertades” que lo tachan de intolerante, inquisidor, cazador de brujas o cosas por el estilo. Esto sucede especialmente con la jerarquía de la Iglesia Católica: si el Papa, un obispo o sacerdote habla sobre las sectas, les acusan de hacer una labor apologética que defiende la propia fe contra los que piensan diferente; y, en el fondo, difamando a los grupos que le hacen la competencia, que le pueden sustraer fieles.

 

Sin embargo, esta es de nuevo una visión falsa de la realidad. Basta con ver el ejemplo católico: desde los años 80, los pronunciamientos de la jerarquía de la Iglesia y los documentos de su Magisterio aluden a las sectas no como una amenaza o un problema principalmente, sino como un desafío. Así es: la existencia y el éxito de las sectas plantea a la Iglesia que en algo está fallando en su acción evangelizadora y pastoral; la urge a una renovación y mejora. Además, los pastores de la Iglesia deben estar atentos a una realidad como la de las sectas para tener una palabra iluminadora, prevenir a la sociedad, escuchar y ayudar a sus víctimas.

 

Décimo mito: las sectas son un simple modelo más de manipulación

 

 

Ésta es una estrategia de defensa que se difunde desde las mismas sectas afirmando: nos acusan de manipulación… cuando vivimos en una sociedad en la que somos manipulados por muy diversas instancias. Empezando por los poderes políticos, que buscan votantes crédulos y sumisos; siguiendo por las empresas y el marketing, que necesita consumidores insatisfechos que siempre quieran comprar más; y terminando por los medios de comunicación, capaces de orientar opiniones e imponer ideas.

Las sectas promueven que en el fondo hay manipulación por todos lados, y en tal situación, todo sería sectario. Así entonces, las sectas serían un grupo legítimo más en una sociedad como ésta.

 

Sin embargo, no porque haya elementos inmorales ambientales queda legitimado un individuo o un grupo que actúe de esta manera. Como veíamos ya al desenmascarar el primer mito, las sectas existen. Y como hemos visto punto por punto, las sectas manipulan y someten a las personas, dañan a las familias y afectan al bien común. Conocerlas, identificarlas y juzgarlas nos puede ayudar no sólo a erradicarlas, sino a construir un mundo mejor que cada vez tenga menos elementos de falsedad y esclavitud. Un mundo en el que cada individuo pueda conocer la verdad y vivir en libertad. Justo lo contrario a lo que hacen las sectas.

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