La muerte de su madre, “un angelito” y un “retiro de Effetá”. Tres experiencias en la conversión de Ignacio

02 de diciembre de 2022

“Hasta los 17 años, mi relación con Dios podría decirse que era unidireccional. Yo iba a misa, me confesaba, asistía a Adoraciones y formaciones, pero simplemente porque era parte del día a día en el colegio. Lo veía como una obligación y mi interés no iba más allá, no estaba dispuesto a acercarme a Él de verdad ni dejar que entrara en mi vida”, confidencia.

Compartir en:

 

“No es fácil. No es fácil reducir y simplificar una historia de amor y lo que conlleva, cada sentimiento, pensamiento y situación vividos”, dice Ignacio, un joven español de 27 años, que ha publicado en el portal Jóvenes Católicos su “historia de amor con el Señor”

 

No es una historia lineal, sino que está llena de altibajos, curvas y caídas. Pero a cada paso atrás, a cada desviación del camino, le sigue un momento de levantarse, sacudirse el polvo y continuar avanzando con más ganas que antes. Y este es uno de los ejes sobre los que pivota la historia de Ignacio. Pero no empecemos la casa por el tejado…

 

Su infancia y adolescencia se pueden resumir en un sentimiento: felicidad. “Mi familia es, o era, quiero pensar; una de tantas en esta época, de las que común e incongruentemente se denominan ‘creyentes, pero no practicantes’, con una manera de ver la fe más como tradición que otra cosa”, comenta. Sin embargo, sus padres sí se preocuparon de que fuera a un colegio donde recibió una educación y formación religiosa, así como los Sacramentos del Bautismo, Comunión y Confirmación (como he dicho, porque era lo que “tocaba” en cada momento).

 

“Hasta los 17 años, mi relación con Dios podría decirse que era unidireccional. Yo iba a misa, me confesaba, asistía a Adoraciones y formaciones, pero simplemente porque era parte del día a día en el colegio. Lo veía como una obligación y mi interés no iba más allá, no estaba dispuesto a acercarme a Él de verdad ni dejar que entrara en mi vida”, confidencia.

 

Todo le iba genial a Ignacio y al cumplir la mayoría de edad, se fue a Madrid a estudiar la carrera. Llegó con muchas ganas, pero mal enfocado. Se descontroló completamente con la fiesta, trasnochando y desfasando día sí y día también, dejando pronto los estudios relegados a un segundo, o tercer, plano…

 

Por supuesto, este descontrol traería consecuencias. “Cada vez profundizaba más en el mundo de la noche, empecé a trabajar promocionando y organizando discotecas, por lo que llegó un punto en que vivía más de noche que de día. Me juntaba con gente poco recomendable, también desviada del camino correcto en la vida, el alcohol estaba presente casi en mi día a día y los ‘líos de una noche’ eran algo habitual. Sin embargo, nunca tuve la tentación de probar las drogas, algo por lo que le doy gracias a Dios”, recuerda. Para entonces su relación con Dios era nula. Lejos del ambiente en el que se había criado, llenó su cabeza y corazón “de cosas mundanas”, dice, sin dejar ni un resquicio de tiempo al Señor. “Pasé entre 5 y 6 años de mi vida sin dedicar ni un pensamiento ni un minuto de tiempo a Dios”, confidencia.

 

Aquél frenesí y vacío colapsaron de improviso, en junio del año 2017, cuando su madre falleció a causa de un cáncer muy agresivo, apenas unos meses más tarde de que se lo diagnosticaran. “Es justo en estos momentos cuando el Señor vuelve a mi cabeza después de muchos años. Unas horas antes de que mi madre falleciese recuerdo llamar a mi padre muy preocupado porque mi madre se hubiese confesado y recibido la extremaunción. Cuando me dijo que sí, sentí una paz interior que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Es curioso porque, como he dicho, llevaba años sin pensar siquiera en Dios”, reitera Ignacio.


La muerte de su madre fue un punto de inflexión en la vida de este joven. Tomó la decisión de enderezar el camino, dejando el trabajo nocturno y la juerga para centrase en terminar los estudios. Sin embargo, no supuso un cambio en su relación con Dios, seguía sin tenerlo presente ni dedicarle tiempo alguno.

 

 

Este cambio vino un par de años más tarde -comenta- “de la mano de un angelito que el Señor puso en mi camino. Empecé a salir con una chica que, al contrario que yo en ese momento, sí que tenía a Dios en el centro de su vida. Volví a ir a misa después de años, aunque al principio solo fuese por acompañarla, ya que a ella le hacía ilusión que fuésemos juntos. Me enseñó a vivir un noviazgo cristiano y, por ende, sano; con Dios en el centro. Yo había tenido otra relación varios años antes en la que Dios no estaba presente en ningún aspecto y, ahora me doy cuenta, esto es algo fundamental. Sin Él, no se puede”.

 

Pero, aunque junto a su novia retomaba ciertas prácticas religiosas, el corazón de Ignacio seguía cerrado para Dios. “Esto cambió completamente cuando hice el retiro de Effetá. Mucha gente dice que este retiro te cambia la vida, en mi caso no fue así; a mí me cambió la manera de ver la vida y de vivirla. Fui consciente del amor sin medida de Dios y me di cuenta de que Él siempre había estado a mi lado, en los peores y en los mejores momentos, y que era yo el que no quería verle”.

 

Ahora que ya ha pasado un tiempo de todo esto, Ignacio cuida su relación diaria con el Señor que es el centro de su vida. “Evidentemente vivir no es un camino de rosas, soy humano y por eso fallo y me equivoco, además constantemente; la diferencia con cuando no tenía presente a Dios es lo que dije al principio, las ganas y el ánimo para levantarme cada vez que me caigo, para seguir queriendo hacer las cosas bien a pesar de mis errores, con el Señor a mi lado”.

 

 

Fuente: Jóvenes Católicos

 

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda