La periodista Sarah-Christine Bourihane desnuda su íntima experiencia ante la muerte: “Amé a mi madre hasta el final”

06 de mayo de 2023

Cuando el médico con expresión seria la llamó por primera vez pidiéndole hablar en la sala de estar, Sarah pudo intuir el por qué. Durante los últimos cinco días, había visto con impotencia cómo la salud de su madre empeoraba.

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Sarah-Christine Bourihane es una de las colaboradoras más antiguas del portal digital canadiense Le Verbe. Tras una carrera universitaria en teología, filosofía y periodismo, descubrió su vocación como redactora, combinando fe, reflexión y encuentros. También es una cineasta del futuro, que utiliza tanto la imagen como la palabra escrita para compartir testimonios impactantes.

 

En esta ocasión aborda el misterio de la muerte, la de su madre y el enjambre de escenarios que transitó en las horas y días previos al instante de ese suceso vital. La fe, Dios, el amor son realidades implícitas en la humanidad del relato…

 

Cuando el médico con expresión seria la llamó por primera vez pidiéndole hablar en la sala de estar, Sarah pudo intuir el por qué. Durante los últimos cinco días, había visto con impotencia cómo la salud de su madre empeoraba. "Está atestada de cables -escribe la joven periodista-, suenan las alarmas, la molestan los especialistas que van y vienen para salvar sus constantes vitales; cada día veo que éste puede ser su último día. Todas las mañanas, antes que por el tráfico, se me acelera el corazón subiendo de dos en dos los escalones que conducen a la unidad de cuidados intensivos. ¿En qué condiciones estará? Y entonces llega el veredicto. «A su madre le quedan unas horas de vida, quizá unos días. Lo hemos intentado todo para salvarla, pero tres de sus órganos vitales están gravemente dañados», me dice el médico una mañana".

 

La hora del misterio

 

 

Y entonces desconectaron a su madre de todos los cables, para dejar que el proceso natural siga su curso. La muerte está cerca. Quince minutos más tarde, el asistente espiritual está allí. "Acabamos de entrar en otro terreno -relata Sarah-: las cuestiones del misterio y el sentido, lo desconocido que escapa a cualquier medida. En su nueva habitación, vigilo ansiosa. Mi único consuelo es el Rosario de la Misericordia. Encadeno las oraciones sin pensar. En esta otra temporalidad, las horas pasan lentamente".

 

Trémula ante lo inminente Sarah no se atreve a salir de la habitación, segura de que su madre no pasará la noche. "Los dedos de mi madre se vuelven azules, al igual que su miedo, también azul. Aunque está confusa, creo que sabe lo que le espera. Su ansiedad es palpable", concluye la joven.

 

A medianoche sigue allí, en una lucha espiritual que no conocía, y la muerte no llega. Un nuevo enfermero entra en la habitación, comienza su turno de noche. Sarah le pregunta si cree que su madre está a punto de irse. Le aconseja que descanse y añade: «Algunas personas experimentan una misteriosa oleada de energía, como esperando resolver algo antes de morir. Puede durar días».

 

La hora de la reconciliación

 

 

Tras una corta noche en su departamento dormitorio, Sarah (en imagen sobre este párrafo) regresa al hospital con las palabras del enfermero en la cabeza: 'Algunas personas esperan a resolver algo antes de morir'.

 

Cuando entra en la habitación es sorprendida. Su madre la saluda enérgicamente. Por primera vez desde que está en el hospital, la llama por su nombre: «Sarah-Christine», le dice. Incluso le habla del tiempo, como antes. Parece haber recobrado el sentido, pues ya no está noqueada por una tonelada de medicación, aunque su conciencia sigue alterada. "Al encontrarla más enérgica que nunca, mientras que el día anterior veía que la muerte la acechaba, me pregunto por qué no se muere. La evidencia es clara para mí: yo, que siempre había querido cambiarla, quería hacer lo mismo, incluso en el momento de su muerte. Era hora de dejarla marchar y de respetar este momento de intimidad entre ella y Dios. Acoger su vulnerabilidad sin querer controlarla era lo que yo siempre había deseado en nuestra relación, pero no había conseguido".

 

Tiempo para la compasión

 

 

Un par de días después, mientras caminaba por el largo pasillo hacia la habitación de su madre, al fondo, Sarah se entristeció viendo a una señora en el suelo, sola con su muñeca, que le pidió ayuda al pasar: «Señora, ¿puede llamarme a alguien?»

 

Entonces, reflexionó que sin familiares acompañando a un moribundo, es más difícil poner en práctica el arte de los cuidados paliativos, que consiste en aliviar el sufrimiento al final de la vida. "Los familiares son los ojos sobre el terreno para el personal de enfermería. Se trata de observar la agitación y el malestar para encontrar las dosis adecuadas de morfina", comenta Sarah.

 

Gracias al apoyo de varias personas que la ayudaron, Sarah pudo entrar en ese otro ritmo espiritual: el de la dulzura y la presencia… "Acariciar las manos de mi madre, cepillarle el pelo, asegurarme de que estaba cambiada, humedecerle los labios, darle cubitos de hielo. Era lo menos que podía hacer, ya que 40 años atrás había sido ella quien me había dispensado esos cuidados", escribe.

 

La eternidad en Dios

 

 

Con el paso de los días -dice la joven periodista- la habitación se convirtió en "un lugar sagrado, una antesala en el umbral del otro mundo". ¿A qué otro lugar podía acudir sino a su propia madre para esta última etapa? Y así pasó horas mirándola, incluso contemplándola, atrapando en el alma esa última mirada, la última sonrisa, esa última palabra, ésta era la experiencia que más ensanchaba el corazón de Sarah.

 

"Para que estos momentos fueran sagrados y significativos, la bendecimos con óleos, cantamos himnos hebreos y recitamos el oficio de difuntos". En esta atmósfera de oración y presencia sostenida, pudo ver cómo el rostro de su madre se iluminaba, cómo la serenidad se imponía a la ansiedad, recuerda.

 

"Saboreé cada minuto de este indulto concedido por Dios, pues sabía que pronto se contarían con los dedos de una mano. Como en el parto, calculé el tiempo entre cada respiración. Mi madre estaba a punto de nacer en otro mundo. Tras once días de lucha, llenos de angustia, desánimo y tristeza, pero también de momentos de gratitud, risa y abandono, la cogí de la mano por última vez. Y, por primera vez, pude decirme a mí misma que realmente amé a mi madre hasta el final".

 

 

Fuente: Le-Verbe.com

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