Testigo denuncia la maquinaria del mal: "Mi amigo en el corredor de la muerte me dibujó el Sagrado Corazón".

22 de enero de 2021

"La pena capital, en el contexto del orden social contemporáneo, sólo sirve para mantener la maquinaria del mal que se pretende suprimir. Si queremos resistir a la cultura de la muerte, debemos redescubrirnos no como los fariseos sino como la mujer que Jesucristo se niega a condenar".

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El año 2019 el seminarista jesuita Matthew Zurcher (imagen central arriba) fue enviado a servir como capellán en la Prisión Estatal de San Quintín en California, Estados Unidos. Trabajó con la población penal general como catequista, predicador, acompañante espiritual y ministro de música. Pero también visitaba con frecuencia un sector aislado del penal, donde viven los hombres del “Bloque Este”; sus celdas una tras otra forman el llamado “corredor de la muerte” más grande de los Estados Unidos. “Si estás de gira por San Quintín -comenta Matthew en una columna testimonial publicada por America Magazine-, las puertas de hierro con la leyenda Unidad de Condenados, pintada con spray, hacen difícil que el edificio se pueda ignorar”.
 
Fue allí donde conoció al hombre que le dibujaría el Sagrado Corazón de Jesús que hoy cuelga sobre la cabecera de la cama de Matthew. “Hablamos a través de dos juegos de barras con un guardia armado vigilando sobre mi hombro. Su celda estaba desnuda de una manera digna de su vocación monástica. Lo único que recuerdo de su pared es un horario detallado y disciplinado de cuando rezaba el Oficio Divino: Maitines, Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas, Completas. Estaban todas allí. Recuerdo que pensé no necesitaba campanas para despertarse. Los gritos y alarmas perpetuos a lo largo de la unidad marcan el día lo suficientemente bien. Hablaba dulcemente sobre su amor a Jesús y su devoción a la iglesia”.
 
Todos necesitamos la misma gracia y misericordia
 


Nada más conocer por primera vez al condenado a muerte y en contra del consejo de su sacerdote asesor, George Williams, leyó sobre lo que hizo ese hombre y estuvo a punto “de vomitar” reconoce. Pero pronto concluiría, dice Matthew, que ese hombre cuyos crímenes eran atroces oraba cada día rogando a Dios que lo salvara, de la misma manera que él lo hacía. La vida de aquél condenado a muerte y la suya -reconoció- dependían de la misma gracia y misericordia.
 
“Cuando pronuncié mis votos como jesuita, ese amigo en el corredor de la muerte de California me hizo un dibujo del Sagrado Corazón de Jesús como regalo. Marcado por la cruz y sangrante, es la imagen tradicional en todos los sentidos, salvo que el corazón en llamas está herido por un alambre de púas en lugar de las espinas. La imagen cuelga sobre mi cama y es una de mis posesiones más preciadas (…) Cada día cuando me despierto, el dibujo me recuerda que el ministerio de Jesús tuvo consecuencias, que su reino de reconciliación y ternura no fue bienvenido en este mundo. Entonces miro las noticias y recuerdo que aún no lo es”, confidencia Matthew.
 
Las piedras de los fariseos
 
En el amplio horizonte de la historia, Matthew alberga la esperanza de una próxima abolición de la pena capital. Pero para ver más allá de su papel actual como pieza del ajedrez partidista -señala- debe haber una conversión cultural más amplia.
 
“La mujer sorprendida en adulterio (Jn 8:1-11) sabía que necesitaba una clase de misericordia que el mundo no sabía cómo dar. Me pregunto si hemos dejado de identificarnos con ella o de creer que tenemos alguna necesidad de misericordia. Y me pregunto si nosotros, como sociedad, nos hemos intoxicado tanto con las piedras de los fariseos que las tiramos incluso después de leer la palabra de Jesús en la arena. La pena capital, en el contexto del orden social contemporáneo, sólo sirve para mantener la maquinaria del mal que se pretende suprimir. Si queremos resistir a la cultura de la muerte, debemos redescubrirnos no como los fariseos sino como la mujer que Jesucristo se niega a condenar”.

 

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