Sacerdote Justo Lofeudo lamenta: “Muchos en la Iglesia ya no creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía”

08 de enero de 2022

“Este mundo apóstata ofende gravemente a Dios, y necesitamos reparación, intercesión y penitencia”, interpela desde argentina este conocido misionero de la Adoración Eucarística.

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El sacerdote argentino Justo Lofeudo es misionero de la Eucaristía y recorre el mundo formando equipos de orantes para abrir capillas de adoración perpetua. En esta entrevista con Revista Misión de España refiere que ha sido testigo de los milagros que ocurren cuando Dios es adorado en el Santísimo Sacramento expuesto... y también de las desgracias sociales y eclesiales que llegan por olvidarlo.

 

 

La pandemia suscitó interés por Dios, pero la vuelta a la normalidad ha mostrado que incluso personas que iban a misa han dejado de hacerlo…
Lo que veo es que ni se despertó tanto interés en Dios, ni la Iglesia ha vuelto a la situación de antes. A muchas personas la pandemia les sirvió para hacer un parón y plantearse la vida, sí, pero para muchas más supuso incrementar el consumo de pornografía, la soledad, el pecado, la desesperación… Y muchas que antes iban no han vuelto a misa. Por eso necesitamos reevangelizar, ¡pero empezando por los católicos!

 

¿Qué quiere decir?
Nuestra sociedad es pagana y los católicos vivimos inmersos en una atmósfera de apostasía: muchos confunden resurrección y reencarnación, no creen en la salvación o en la condenación, no adoran a Dios, no aman al prójimo… Y peor: muchos en la Iglesia ya no creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

 

Eso son palabras mayores…
Solo hace falta leer algunas declaraciones que se hacen, ver la rutina de muchos sacerdotes, la vulgaridad de tantos templos, cuánta gente comulga sin confesarse, cuántos sacerdotes celebran y reparten la comunión sin reverencia; cuántos fieles cogen al Señor como a un objeto, a veces con una sola mano como diciendo “dame esto”. La devastación litúrgica ha sido una de las causas más importantes de la pérdida de fe, si no la principal.

 

Ante un presente tan convulso y un futuro tan incierto como el nuestro, ¿no es inútil hablar de Eucaristía?
Le devuelvo la pregunta: ¿Puede este mundo salvarse sin Cristo y sin la Iglesia? ¡No! ¡Las personas pierden la vida si no la tienen con Cristo! Y para ponerle a Él en el centro del mundo, adorado como debe ser adorado y servido en los demás como debe ser servido, la Iglesia solo puede hacerlo a través de la Eucaristía, porque es donde el Señor está. Al quitar a Dios del centro, el hombre se vuelve excéntrico, no sabe a qué aferrarse; se deshace su ser y con él la sociedad. En las grandes crisis, como la actual, viene la desesperación y el suicidio, y también los suicidios del espíritu: consumismo, droga, pornografía… La única forma de cambiarlo es volver a Cristo, único salvador del mundo. Y Él está en la Eucaristía.

 

Entonces, ¿basta con ir a misa?
No se trata solo de ir, sino de participar de forma consciente, y de adorar y hacer oración de reparación ante el Santísimo. Ahí empieza la transformación personal y social, porque la Eucaristía es fuente y culmen de la vida espiritual del mundo. Es la presencia viva, real, de Cristo, ¡que es Dios! En las capillas de adoración se recibe una paz diferente, no un sosiego natural por el silencio y la quietud, sino serenidad de orden sobrenatural. E impresiona ver cómo las personas son transformadas al ponerse ante el Señor en la Eucaristía.

 

Usted conoce casos concretos…
Tener al Señor expuesto día y noche en la Eucaristía es replicar el Cielo en la tierra, porque todo el Cielo adora al Señor. Y Él, desde ahí, llama a las personas de forma misteriosa. Conozco muchos casos diferentes por el mundo, con grandes cambios en las personas, en las comunidades e incluso en ciudades enteras. En Móstoles, por citar un ejemplo reciente, un chico apareció a las cuatro de la mañana en pijama, como un zombi, en una capilla que no se distingue desde fuera, y le contó a un diácono que estaba allí que había caminado 5 kilómetros buscando un sitio para suicidarse. Había sentido una fuerza inmensa para empujar la puerta de la capilla pensando que iba a encontrar el lugar para matarse, y al estar ante el Santísimo, había decidido no hacerlo. El Señor transforma a las personas en una especie de onda expansiva: si recibo la gracia y me impregno de ella, no se queda en mí, me convierto en portador de la gracia en mi ambiente. La gente se pregunta: ¿qué le pasa a este? ¡Antes no era así!

 

¿Por qué habla también de reparar?
Este mundo apóstata ofende gravemente a Dios, y necesitamos reparación, intercesión y penitencia. Al mundo no lo cambiamos con palabras, sino desde la oración y la adoración humilde, porque no somos nosotros los que lo vamos a cambiar, sino Aquel ante quien clamamos ayuda y misericordia.

 

 

Puede leer la entrevista completa en Revista Misión pulsando aquí

 

 

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