Religiosa secuestrada por Yihadistas revela: “Me vendían de un grupo a otro como una «perra de iglesia»”

24 de marzo de 2022

Cinco meses después de ser liberada, la religiosa colombiana Gloria Cecilia Narváez Argoty da testimonio de la presencia de Dios que la sostuvo con esperanza en medio de brutales agresiones.

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«Ella es joven, llévenme a mí», les dijo la hermana Gloria Narváez, ofreciéndose en lugar de otra hermana misionera. Aquel 7 de febrero de 2017 el grupo yihadista de al-Qaeda -autodenominado Jamā’at Nuṣrat al-Islām wa-l-Muslimīn- aceptó y la mantuvo secuestrada durante cuatro años.

 

Desde su liberación el 9 de octubre de 2021 y tras llegar a su Colombia natal el 16 de noviembre, Gloria Cecilia Narváez, de las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, se ha dedicado sobre todo a "la sanación del alma", cuenta al portal español Alfa Y Omega. Como parte de ese proceso, escribió las vivencias de los cuatro años, ocho meses y dos días que pasó en manos de Yihadistas en el desierto de Malí.

 

Es consciente de que su recuperación es un proceso que tomará tiempo. Hay ruidos que aún la sobresaltan, porque le recuerdan las bombas y las metralletas o las impresionantes tormentas eléctricas del desierto. También le asalta como un fantasma el miedo a serpientes y alacranes. Pero a pesar de todo, ya se ha puesto a disposición de su superiora, "pues Dios me ha dado la vida y la oportunidad de continuar mi misión", puntualiza.

 

No podrá volver a Karangasso. Tras su secuestro, se cerró la misión. Fue "durísimo" para todos. Pero también "edificante" comprobar cómo "la semilla quedó plantada: las mujeres formaron una cooperativa y abrieron carreteras", aplaude la hermana Gloria. Continúan los microcréditos, la educación de los niños y los graneros comunitarios. Y aunque en la zona son mayoritarias las creencias tradicionales o el islam, y los católicos apenas llegan al 2 %, "dicen que van a reservar nuestra casita por si podemos volver", comenta agradecida.

 

No teme volver a África. Es más, agradece que en su duro periplo hubo momentos de alabanza a Dios. Sobre todo contemplando la naturaleza: "El sol como una bola de fuego, las noches estrelladas, pues nunca había visto estrellas fugaces así; un pajarito o una flor, los camellos siempre en manada, o la misma agua", recuerda. También le alegró, añade, poder servir a la cooperante francesa Sophie Petronin, una mujer ya mayor que estuvo secuestrada con ella.

 

Al escuchar su testimonio es evidente que la hermana Gloria jamás pensó "Dios se ha olvidado de mí". Ni en los primeros días, cuando después de ofrecerse para salvar a sus compañeras la llevaron al desierto "con cadenas y un artefacto explosivo en el cuello". Tampoco el último año cuando, tras la liberación de Sophie Petronin en octubre de 2020, la trataban con mayor dureza: "Por la noche se drogaban, daban vueltas alrededor de mi tienda y gritaban: «Violémosla, matémosla»". Por esa misma época, en medio de múltiples traslados por el desierto, "me di cuenta de que me empezaron a vender de un grupo a otro. Se decían: «¿Cuánto me das por esta perra de iglesia?»", confidencia.

 

A diferencia de su antigua compañera, que forzadamente aceptó declararse musulmana y recibió un mejor trato, la hermana Gloria Narváez siempre respondía a las coacciones con un "no, yo soy católica y religiosa, mi fe es en Dios Padre, en Jesucristo, y no me voy a convertir así me quiten la vida". Un día incluso se encaró con un jefe para que reprendiera a sus hombres, que "insultaban el nombre de Dios con palabras muy groseras".

 

Ángeles

 

En medio de las amenazas y los insultos, la religiosa también encontró "ángeles", dice. Como aquel joven de tez morena que la defendió y decía a los otros: «Ella no es mala». O el que cada noche le lanzaba un pedazo extra de pan. Pero, sobre todo, el árabe que un día le dijo: «Es mejor que te escapes, estos te van a matar». Fue el primero de sus cinco intentos fracasados de huir, seguidos de brutales palizas. Un tiempo después volvió a encontrárselo. «Gloria, ¿Qué haces aquí?», le dijo. «Me están vendiendo de un grupo a otro», respondió ella. Se marchó, "y esa noche llegó con un carro y me dijo que me subiera". Ella no lo sabía aún, pero estaba cerca la libertad.

 

Desde entonces no ha dejado de ver los frutos de su sufrimiento ofrecido. Comenta admirada cómo "el rector del seminario de Malí me dijo en una carta que los católicos del país se habían unido con más fuerza y la fe se había acrecentado". También la conmovió "el testimonio de un señor musulmán que me dijo que oraba mucho por mi libertad".

 

Ahora, en sus oraciones, ocupan un lugar especial quienes siguen secuestrados, y también sus captores. "Vi muchos jóvenes", señala; algo que atribuye a "la falta de educación, de trabajo y de buenas condiciones de vida en el país. Si el Gobierno y las demás potencias los ayudaran, sería grandioso".

 

En el mismo sentido, pide más diálogo y menos intentos de combatirlos con las armas. "Vivimos momentos muy tensos cuando el Ejército tenía a los grupos casi cercados y ellos pasaban la noche apuntándonos con las escopetas”, relata. Sabían que dispararían si los militares se acercaban. “Y también temía por ellos”, sincera. No quería que los mataran, “sino que Dios les diera la gracia de convertirse y tener un corazón pacífico".

 

 

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