Confesiones de un cura: "Mi vida había perdido el rumbo. En un Confesionario cambió y comenzó todo"

14 de octubre de 2019

"Recostando mi cabeza sobre el Corazón de Cristo, en el silencio de las noches de adoración, fue donde descubrí que el Señor me quería enteramente para Él".

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“Era la tarde de Navidad y me encontraba totalmente ido, mi vida había perdido el rumbo y carecía (aparentemente) de sentido. Me encontraba con mi familia en una Iglesia de pueblo, a la espera de que diese comienzo la Misa… y de pronto el Señor puso ante mí un sacerdote que entraba en un confesionario; allí cambió y comenzó todo”.

Así de explícito es el testimonio recién publicado en Jóvenes Católicos por el sacerdote español Álvaro Pinto Andrés.

Luego de aquella experiencia de renovación sacramental no sin bastantes dificultades, Álvaro comenzó a buscar tiempo con el Señor, a adentrarme en las profundidades del Evangelio, del Depósito de la fe… “y allí, recostando mi cabeza sobre el Corazón de Cristo, en el silencio de las noches de adoración, en el silencio del corazón que se abre para recibir la Palabra, fue donde descubrí que el Señor me quería enteramente para Él, donde me invitó a que fuese otro Cristo en medio del mundo, para entregar mi vida por su Cuerpo, que es la Iglesia”.

Al principio fue un proceso de bastantes “tiras y aflojas” con el Señor. Primero, porque tenía la idea de que la respuesta a la llamada supondría renuncia, “cuando la vocación lo que regala es plenitud”, apunta el joven cura. También le costaba hacerse a la idea de que Dios pudiese haber puesto sus ojos en alguien “tan torpe, tan tozudo”… para algo tan grande, pero pronto comprendió que “quien lo realiza todo es Él y lo único que nos pide es que seamos valientes para decir sí y no estorbemos la obra del Espíritu Santo en nosotros”.
 

La vida sacerdotal de Álvaro aunque recién comienza -el pasado 7 de octubre, de la mano de Nuestra Madre, la Virgen del Rosario, cumplía su primer año como cura- es bastante intensa, pues tiene como destino pastoral 56 pueblecitos de la montaña palentina.

Tiene claro de qué se trata el llevar almas a Cristo: “Me resuenan mucho las palabras de San Manuel González: «La vida es un camino de ida y vuelta al Sagrario». De ahí es de donde debemos tomar fuerzas para nuestro día a día para salir al encuentro de los hombres de nuestro tiempo, con sus preocupaciones, sus problemas… y allí es donde debemos depositarlos todos (como debemos hacer en el ofertorio de cada Misa); a los pies del Señor, para que nuestra vida sea transformada con Él, en Él y por Él”.

La vida del sacerdote, como la de todo católico, no es fácil. Anunciar el Evangelio, anunciar la Verdad en nuestro tiempo no es un camino de rosas. Supone nadar a contracorriente, avanzar contra el viento de la ideología de turno, contra la marea de aquellos que quieren imponer su pensamiento único deshumanizando al hombre, arrinconando a la familia… “Por eso, ahora más que nunca, es necesario que las familias, las parroquias… que la Iglesia, sean oasis en los que Dios habla a la humanidad, oasis de esperanza para el mundo”, señala parafraseando a Papa Benedicto XVI.
 
“Lleno de esperanza -arenga al finalizar el padre Álvaro- os invito a recordar la vocación recibida el día de vuestro Bautismo, una llamada a la Santidad, a la vida en Cristo. Cada uno en su estado: los casados, siendo testimonio del amor de Cristo por su Iglesia, como célula primera de la vida eclesial y social, como testimonio de que la fidelidad y el amor son posibles, aún en un mundo líquido en que nada parece durar, en el que nos cansamos pronto de todo… Los solteros, haciendo fecunda la vida a su alrededor, dando testimonio de amor en el desempeño del trabajo bien hecho, en la entrega incondicional a su familia, a su entorno… siendo con ello testigos de la presencia de Cristo en su vida, para la vida del mundo. Los religiosos, anticipando con su vida el destino final de los hombres, una vida escondida en Cristo, junto al Padre por el Amor, el Espíritu Santo. Y los sacerdotes… siendo hostia viva, inmolando nuestra vida por amor a Cristo, en servicio de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual Él nos ha hecho sus servidores. Para nosotros, todo esto, es imposible. Abandonados en las manos de Dios, nada hemos de temer”.


 

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