Vibrante relato de la concepción Inmaculada de la Virgen María vista por una testigo privilegiada

07 de diciembre de 2022

"Vi los nueve coros de ángeles y que Dios les anunció que quería restaurar al género humano caído. Y ello causó a los ángeles indecible júbilo…"

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Que María, la madre de Jesús, fue liberada del pecado original desde el momento de su concepción y preservada de todo pecado a lo largo de su vida terrenal, es un dogma de fe declarado por el Papa Pío IX en 1854.
 
El Hijo de Dios sólo podía encarnarse en una mujer Inmaculada, libre del pecado original. Sólo la intervención directa de Dios podía crear tal excepción y de forma excepcional. Para  Dios nada es imposible. En su infinito amor y para iniciar así su obra redentora Dios lo pensó, lo quiso y lo hizo.
 
Por información registrada en el protoevangelio de Santiago, otros registros escritos de los primeros siglos y la tradición conservada oralmente por las primeras comunidades de cristianos, se conocen detalles de quienes fueron los abuelos de Jesús, padres de la Santísima Virgen María: San Joaquín y Santa Ana... Acongojado porque los años pasaban y no lograban tener descendencia, sin poder ya soportar las burlas de vecinos y la prohibición de ofrecer sacrificios a Dios en el Templo, impuesto por el Sumo Sacerdote a los estériles, Joaquín se retiró al desierto para clamar a Dios su misericordia.
 
Lo que entonces sucedió le fue concedido verlo en una revelación privada siglos después a una excepcional mujer: La Beata Anna Katharina Emmerick. Y este es su relato…


Ana estuvo mucho tiempo clamando a Dios debajo del árbol que aunque le hubiese cerrado el vientre, no mantuviese lejos a su piadoso compañero Joaquín. Y ¡mira! he aquí que entonces se le apareció un ángel del Señor que bajó de lo alto del árbol, se le puso delante y la dijo que tranquilizara su corazón, que el Señor había escuchado su oración. Que fuera al Templo a la mañana siguiente con dos criadas y que llevara palomas para la ofrenda. La oración de Joaquín también había sido escuchada y ya iba con su ofrenda de camino al Templo; ella lo encontraría debajo de la Puerta Dorada. La ofrenda de Joaquín sería aceptada y ambos serían bendecidos; pronto sabría el nombre de la criatura. Llena de alegría, Ana dio gracias a Dios misericordioso. Volvió a entrar en casa y preparó con las criadas lo necesario para viajar al Templo la mañana siguiente (…) Cuando llevaba dormida un ratito vi descender sobre ella desde arriba un resplandor de luz que se concentró junto a su lecho en forma de joven resplandeciente. Era el ángel del Señor que la dijo que concebiría una criatura santa. Luego, extendiendo su mano por encima de ella, escribió en la pared grandes letras luminosas: era el nombre de María… El ángel volvió a desaparecer mientras se disolvía en luz (…)
 
A esa misma hora vi a Joaquín con sus rebaños en el Monte Hermón, más allá del Jordán. Imploraba a Dios con continuas oraciones que le escuchara... Era la época de la Fiesta de las Cabañuelas… Joaquín estaba rezando, perdida la esperanza de ir como de costumbre a la fiesta en Jerusalén a presentar sus ofrendas porque pensaba en la humillación que había sufrido allí, cuando se le apareció el ángel que le ordenó que viajara consolado al Templo, ya que su ofrenda sería aceptada, su oración escuchada, y encontraría a su esposa debajo de la Puerta Dorada (…)

Ana había llegado al Templo con la criada que le llevaba las jaulas con las palomas para la ofrenda; entregó su ofrenda y reveló a un sacerdote que un ángel la había ordenado encontrarse con su marido bajo la Puerta Dorada (…) Cuando Joaquín hubo recorrido más o menos un tercio del pasadizo, llegó a un lugar en cuyo centro había una columna en forma de palmera con hojas y frutos colgantes, y Ana vino a su encuentro resplandeciendo de alegría. Se abrazaron con santa alegría y compartieron su dicha; estaban arrobados y rodeados de una nube de luz que salía de una muchedumbre de ángeles que bajaban cerniéndose sobre ellos y que traían la aparición de una alta torre luminosa. La torre era como las que veo formarse en los cuadros de la Letanía Lauretana: torre de David, torre de marfil y otras. Vi como si la torre desapareciera entre Ana y Joaquín, y que a éstos los rodeó una gloria de luz… Al mismo tiempo tuve una indecible visión: se abrió el cielo sobre ellos y vi la alegría de la Santísima Trinidad y de los ángeles, y su participación en la misteriosa bendición impartida aquí a los padres de María. Después, Ana y Joaquín caminaron bajo la Puerta Dorada alabando a Dios (…)

Vi el Trono de Dios, la Santísima Trinidad y al mismo tiempo un movimiento en el Trinidad. Vi los nueve coros de ángeles y que Dios les anunció que quería restaurar al género humano caído. Y ello causó a los ángeles indecible júbilo… Vi aparecer ante el Trono de Dios una montaña de gemas que crecía y se ensanchaba. Estaba escalonada; era como un trono, y entonces salió la figura de una torre que abrazó como tal todos los tesoros espirituales y todos los dones de la gracia (…) Apareció en el cielo una figura humana como de doncella, que pasó a la torre como si se fundiera con ella. La torre era muy ancha y plana por arriba, y me pareció abierta por la parte de atrás por donde entró la doncella. Esta no era la Santísima Virgen María en el tiempo, sino en la Eternidad, en Dios. Vi formarse su aparición delante de la Santísima Trinidad del mismo modo que el aliento forma una nubecilla delante de la boca (…)

Contemplé la creación del alma santísima de María y su reunión con su purísimo cuerpo. En mis contemplaciones habitualmente me presentan la Santísima Trinidad en un cuadro de luz, y vi que en él se movía como una gran montaña refulgente que tenía también figura humana. Del centro de esta figura humana subía hacia su boca una gloria que salía por ella. Entonces vi esta gloria delante y separada de la faz de Dios, y vi que giraba y tomaba forma, o más bien la recibía, y mientras tomaba figura humana vi que por voluntad de Dios se formaba indeciblemente bella. Dios mostró la belleza de esta alma a los ángeles, que se alegraron indeciblemente con su belleza; no soy capaz de describir con palabras todo lo que veía y entendía (…)

Sobre Ana vino una luz, y de esa luz bajó un rayo al centro de su costado, y entró en Ana una gloria en forma de reluciente figurita humana. En ese mismo instante vi que la madre Santa Ana se incorporó en su lecho rodeada de resplandores. Estaba como arrobada y vi como si su interior se abriera como un tabernáculo en el que divisé una virgencita refulgente de la que saldría toda la salvación de la Humanidad. Ese fue el momento en que la Niña María se movió por primera vez bajo su corazón. Ana se levantó de la cama, se vistió, anunció su alegría a San Joaquín y ambos dieron gracias a Dios.
 
 

Testigo que narra: La estigmatizada Anna Katharina Emmerick (1774-1824), beatificada por Papa Juan Pablo II en 2004
 
Aclaración: Esta narración de Anna Katharina Emmerick corresponde a visiones personales que ella testimonia haber tenido. En la Iglesia estas son llamadas “revelaciones privadas” que según se señala en el Catecismo de la Iglesia Católica… “no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia.” (Catecismo N° 67) Para mayor beneficio del lector hemos cruzado el texto de Emmerich con antecedentes de la Tradición de la iglesia que constan en archivos vaticanos accesibles online en el sitio vatican.va.

Medio de registro: Escrito de sus Visiones particulares.
Fuente: Autores Católicos. Revelaciones de Sor Anna Katharina Emmerick.

 


 

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