Sally Read fue atea hasta que experimentó "hambre total por la Eucaristía"

05 de mayo de 2017

No puedes tomar el amor y decir: «Bueno, voy a hacer lo que me da la gana». Se trata de amarle a Dios tanto que su ley tiene sentido absoluto en tu corazón.

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Sally Read nació en Suffolk, Inglaterra, en 1971. Se formó y trabajó como enfermera psiquiátrica, pero su profunda sensibilidad la empujó a plasmar en poesías aquello que le impactaba emocionalmente. Publicó incluso tres libros de poesías y varias novelas.

“Me educaron atea. Mi padre era muy ateo. Me inculcó que la religión no era solo algo que se pudiese ignorar, sino que era algo malo e incorrecto. Crecí con la ideología de Karl Marx, y le citaba. Así que siempre me mostré en contra de la religión, sobre todo del cristianismo y de la Iglesia católica». Así inicia su testimonio Sally registrado por el programa Cambio de Agujas de HM Televisión, cuya directora Hna. Beatriz Liaño comparte con los lectores de Portaluz...
 
Aunque alguna vez se planteó la existencia de Dios, según su forma de razonar concluía que “no veía ninguna razón por la  que Dios tuviese que existir”, recuerda esta mujer inglesa. En su familia aprendió a sensibilizarse con el dolor de los más débiles y por ello recuerda que decidió ser una enfermera de pacientes psiquiátricos… “Tenía poco más de veinte años. Era muy joven e inocente. Estaba llena de buenas intenciones, pero era muy ‘pro-choice’ y ‘pro-eutanasia. Mi padre estaba muy a favor de la eutanasia. Y eso fue un gran reto cuando -como enfermera- tuve que atender a moribundos”.
 
Algunas de estas experiencias con enfermos graves la perturbaban y necesitaba respuestas, porque no encontraba sentido al dolor. Escribiendo, lograba pacificar sus emociones… “Escribía poesías y utilizaba la literatura para encontrar una manera bella de expresar las cosas. Cuando tenía una experiencia traumática con un paciente, o algo muy feo ocurría, si podía, hacía una poesía sobre eso para embellecerlo de alguna manera, y lo elevaba a lo eterno. Había algo de religioso en todo eso, pero yo no me daba cuenta. En cierta manera, yo idolatraba la literatura, pensaba que me podía salvar. Pero claro, no puede. Cuando terminas un buen libro, tienes una grata sensación durante un tiempo, pero después se va…”.

El vacío y la presencia de Dios

Fueron años de un fuerte sufrimiento interno. Se esperaba que fuera una mujer ‘moderna’ y viviera de una determinada manera que le hacía daño: “Como mujer joven de poco más de veinte años, no me atrevía a decir que quería casarme. Vivíamos sumergidos en esa ideología extraña de que tenías que tener el mayor número posible de parejas, y que no tenías que decir «te amo» o «estoy pensando en casarme y tener niños». Eso estaba fuera de lugar. Tuve muchas relaciones que me hicieron daño. Una en particular me hizo mucho daño. Eso formó parte de esa etapa de mi vida, fue una época  desastrosa. Hablo de eso en mi libro, porque creo que —cuando en ese momento toqué fondo—, y sentía que Dios no estaba, de alguna manera la oscuridad y la ausencia de Dios eran tan fuertes que lo uno con mi conversión. Años después descubrí la existencia de Dios, y veía que la inmensidad de la soledad y la inmensidad de Dios estaban relacionadas. Se unían a través de esta experiencia. Y Dios siempre estaba presente”.
 
En esas circunstancias de vacío moral y espiritual, Sally vivió la muerte de sus abuelos y, poco después, la de su padre, cuando este tenía poco más de cincuenta años: “Siempre estaba buscando algo, pero ese algo nunca me llevó a Dios. Aunque, cuando murieron mis abuelos y mi padre, sí fui a los cuáqueros un par de veces. Quería silencio y sabía que los cuáqueros no te imponían ninguna doctrina o creencia. Entiendo que hay cuáqueros de diferentes clases, pero en Londres, donde yo iba, eran bastante light”.

Un sacerdote y el libro de sexualidad femenina

La vida transcurría, se casó, tuvo una hija, vivía cerca de Roma y seguía publicando sus libros de poesías: “Estaba buscando un nuevo proyecto y decidí escribir un libro sobre la sexualidad femenina, junto con un médico con quien antes trabajaba en Londres. Queríamos escribir sobre el cuerpo de la mujer y sobre lo que pensábamos que desconocían de su cuerpo… Queríamos escribir acerca del preservativo, el aborto, el sexo y todo eso. Tenía que entrevistar a muchas mujeres. Era muy fácil encontrar lesbianas o mujeres sin fe; pero cuando intentaba entrevistas a mujeres musulmanas, judías y cristianas, nadie quería hablar de eso conmigo. Tenía una amiga en Santa Marinella llamada Cristina. Era una católica muy devota y le dije: «¿Puedo entrevistarte para mi libro?» Y me dijo: «¡No, no!» No quería hacerlo por nada del mundo. Yo no podía entender la razón del por qué no quería. Le expliqué que no iban a salir los nombres, solo se contarían los hechos, pero no quiso hacerlo. Yo estaba frustrada y pensé: «Voy a intentar hablar con una monja». Pero no sabía cómo acercarme a alguna de las hermanas que estaban en el pueblo”.
 
Justo en ese momento, le surgió la oportunidad de hablar con un sacerdote, P. Gregory, a quien define como… “joven, amable e inteligente” y pensó que él podría ayudarla… “Un día, por desesperación, le escribí y le dije: «Querido Padre, estoy escribiendo un libro sobre sexualidad femenina». Pensé que a lo mejor le iba a molestar, pero me contestó, y quedamos para hablar. Mientras estábamos valorando cómo hacer este libro, de repente pensé: «Pero ¿cómo puede este hombre que es tan bueno, amable y tan inteligente, ser católico?» Porque, en ese tiempo, estaban saliendo todos los escándalos de casos de abusos en la iglesia. Yo odiaba a la Iglesia. Pensaba que era horrible, algo malo”.

Resistiendo el llamado de Dios

Sin mucha prudencia, recuerda que incluso descargó agresivamente contra el sacerdote todas sus dudas y prejuicios sobre la Iglesia Católica. Él siempre tuvo respuestas honestas que le daban paz, recuerda: “No fue una casualidad el que P. Gregory apareciese en mi vida. Era un sacerdote joven que había sido superior de la orden de San Basilio en Ucrania. Salió del país por amenazas de muerte. Le querían matar porque estaba luchando contra la corrupción… Su lealtad a la Iglesia y al Papa eran firmes; y su fe en Dios un testimonio. Creo que eso me impactó”.

Pero los argumentos del P. Gregory no eran suficiente factor de conversión para Sally. Seguía escribiendo su libro, le surgían nuevas dudas sobre el alma y buscaba respuestas en sus razonamientos. Hasta que Dios vino a su encuentro entre abril y mayo del año 2010. “En ese momento Dios entró en el asunto. La gente se olvida de que él no es un agente pasivo, sino que tiene un plan para cada uno de nosotros. En mi caso ha sido muy claro que Dios estaba esperando su momento, hasta que mi alma estuvo preparada para poder recibir este nuevo conocimiento”.

El asalto de Dios

Sally dice haber experimentado un auténtico «asalto» de Dios a través de tres experiencias que rozaron el campo de lo místico: “Al principio, tuve tres -por llamarlo así-, experiencias místicas. Me doy cuenta, mirando hacia atrás, de que eso es lo que fueron. La primera ocurrió estando sentada en el borde de la cama leyendo un libro que ya había leído muchas veces antes, “Capturar el Castillo”. Es un libro de niños, muy bueno. En la historia aparece un vicario que está hablando con el joven protagonista, que es ateo, y le explican acerca de la religión. Explica que el arte está en esforzarse por buscar la comunión con Dios. Y dice que la palabra ‘Dios’ es una forma taquigráfica de referirnos a ese del cual venimos y hacia el que vamos, y de qué trata todo eso. Ahí tuve una epifanía, un entendimiento de que existía Dios, de que había un Creador. Fue algo aplastante… Era un Dios sin rostro. No sabía si era el Dios cristiano o el Dios del Islam o de otra cosa. Pude  sentir mucha alegría y pensé: «Si este es el Creador, y si este Creador me conoce, hay razón para estar súper alegre». Pero también tuve miedo, porque no entendía por qué existía el sufrimiento en el mundo y ¿qué tipo de Dios era este si lo permitía?”

Hambre de Cristo eucaristía
 

Pero Sally tenía al P. Gregory para poder hablar y consultarle sus inquietudes espirituales y, guiada por esta certeza de sabiduría interior, fue donde él… “Empezamos a hablar de eso y en esa misma primavera hubo otros dos momentos. Uno donde tuve una experiencia con el Espíritu (de Dios) una noche. Fue como un sentimiento de rendimiento completo, una experiencia donde se me caían las lágrimas continuamente. Físicamente sentía como que me había ablandado. Algo increíble. Y la última experiencia, fue la que finalmente me trajo la paz. Entré en una Iglesia cerca del colegio de mi hija. Estaba sentada ahí, con mis pies sobre el rodillero, llorando y de repente, miré hacia arriba y vi un icono de Cristo, y le dije: «Si estás ahí, me tienes que ayudar». De repente hubo una presencia que bajó a mí y casi me levantó. Mis lágrimas se secaron y la cara se me relajó. Era como si hubiera tenido amnesia toda mi vida, como si alguien que conocía de toda la vida entrase en la habitación y me lo devolviera todo. Fue una experiencia de las más increíbles, cambió todo”.
 
La poeta atea era ahora cristiana, totalmente cristiana. Había sido un proceso de unos nueve meses. Pero todavía tenía que descubrir a la Iglesia fundada por Cristo. Fue una hambre de Eucaristía dice, lo que la llevó definitivamente al hogar: “Durante ese verano estuve leyendo a los místicos San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, también a Tomás de Aquino y los Evangelios, que son de mucha importancia. Pero, más importante aún, es que me di cuenta que yo siempre buscaba visitar una iglesia Católica. Quería estar con Cristo. En ese momento yo no sabía lo que era el sagrario, pero sabía que, cuando entraba a una iglesia católica, sentía su presencia. Cuando, después de un tiempo, caí en la cuenta  de que eso era donde se guardaba la hostia consagrada, tan sólo quería recibir la comunión. Fue esta hambre total por la Eucaristía la que me empujó hasta la Iglesia católica. Fue entonces cuando todo se colocó en su sitio, el amor a Cristo ocupó su lugar. Empiezas a ver cómo la lógica y el amor van juntos. No puedes tomar el amor y decir: «Bueno, voy a hacer lo que me da la gana». Se trata de amarle a Dios tanto que su ley tiene sentido absoluto en tu corazón. Por eso, a finales de ese verano, quería ser católica, y en diciembre me hice católica”.

 

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